Llevo como diez días en casa y pondría la mano en el fuego en que es la noticia a la que más tiempo se le ha dedicado. "Vuelco en la investigación". No soy juez ni abogado -aunque me gustaría- pero después de la que han montado, manda narices que la cosa acabe como parece que va a acabar. No es la primera vez que pasa. En Estados Unidos hay varios casos de blancos neuróticos que mataron a sus hijos -ahogando a sus dos bebés en la bañera, recuerdo ahora- y acusando al arquetipo del crimen americano: hombre negro, 1.80, complexión fuerte; arquetipos que se convirtieron en personas, que cumplieron condenas. Michael Moore, Bowling for Columbine lo cuenta mejor que yo.

En cualquier caso, lo que me remuerde más del tema no es la tragedia en sí. Desde luego es un drama que una vida acabe así, pero -atención frase hipócrita, abstenerse diabéticos- una mota de polvo en las tragedias diarias, incluso de niños, en todo el mundo, por causas -en mi opinión- más fácilmente evitables. Lo que me anima a escribir es el día después. Más bien el día siguiente al día después, ese día en el que todo dejará de ser noticia y dará igual cualquier evidencia, cualquier conclusión. Las noticias no entienden de conclusiones, éstas las dinamitan en pedazos, dejándolas en polvo irreconocible.
La sociedad de la información, dicen. Desde luego, rápidamente asociamos información con medios de comunicación. De cualquier otra forma, nunca se podría hablar de tales virtudes de nuestra era. Yo, humildemente, siempre creí que informarse era otra cosa que leer periodicos, ver la tele o escuchar la radio -y desde pequeño hice todo eso-. Informarse es mucho más barato, más accesible, no me atrevería a decir que más fácil, pero basta con preguntar a los que te rodean. Es lógica y lícita la inquietud por conocer que ocurre en cualquier otro punto del mundo, pero a cambio se nos ha olvidado preguntar siquiera a los que viven día a día con nosotros lo que les sucede. Nos damos por enterados con cuatro titulares sobre lo que nos dicen que ocurre, sin darnos cuenta de que otorgamos la verdad absoluta a una profesión que se mueve fundamentalmente por la inercia -agencias, medio, medio copia a medio, medio se copia a sí mismo al día siguiente, ...-.
Así luego pasa lo que pasa. Encuesta del CIS tras encuesta, el terrorismo es el problema que más preocupa a los españoles (seguido ultimamente por la inmigración). No es ese el país en el que yo creo vivir. El país en el que alguien publica un libro hecho por otra persona -demostrado y reconocido públicamente por la editorial- y pocos años después sigue siendo una periodista referencia con un programa en la marujaprimetime e incluso una revista con su nombre!!! -hay que ser cursi-. Si por mi fuera, rellenaría cada minuto de telediario con los problemas que todos sabemos que están ahí y sobre los que parece que nadie se atreve a decir nada. Pero ello sabran más que yo lo que me interesa.


Todo está en la actitud. Y la actitud es la adecuada. El país necesita una mano de pintura -pero puede esperar- y un genocidio a la mayoría de sus nativos -y algunas de sus nativas, por bajar la media-. Esto requiere algo más celeridad para que sus visitantes de procedencia diversa se sientan más a gusto. Y nada de puritanismo cristiano: freedom for the melons.
Esto requeriría un nuevo punto del Karma, pero ya sabéis que no cumplirlo sólo me crearía más insatisfacción y las probabilidades de éxito son escasas. Aprovecho la ocasión sin embargo para invitaros a vosotros, mis queridos lectores, a interactuar con los nativos allá donde vayáis y en caso de no ser esto muy recomendable, eviteis en la medida de lo posible a las comunidades españolas. No es que estas no sean gusto de mi devoción sino que mi ignorancia es buena muestra de lo mucho que se puede aprender del resto de pueblos que habitan nuestro maravilloso planeta. 