En efecto, estaba lleno de malteses. Aunque no tanto. Los colonias rusas, turcas, italianas, británicas y por supuesto, españolas, poblaban las noches de la isla. Carajo que calor la primera semana.
Malta era como siempre me he imaginado el infierno. Chupitos matadores, exhuberantes bailarinas rusas sobre una barra, decoración barroca pero que puede pasar inadvertida, escaleras, cuestas, el que algo quiere algo le cuesta, calor, más calor de noche.
Todo está en la actitud. Y la actitud es la adecuada. El país necesita una mano de pintura -pero puede esperar- y un genocidio a la mayoría de sus nativos -y algunas de sus nativas, por bajar la media-. Esto requiere algo más celeridad para que sus visitantes de procedencia diversa se sientan más a gusto. Y nada de puritanismo cristiano: freedom for the melons.
Esta bien rodearse de gente maja. Les odio sólo porque eran españoles.
Esto requeriría un nuevo punto del Karma, pero ya sabéis que no cumplirlo sólo me crearía más insatisfacción y las probabilidades de éxito son escasas. Aprovecho la ocasión sin embargo para invitaros a vosotros, mis queridos lectores, a interactuar con los nativos allá donde vayáis y en caso de no ser esto muy recomendable, eviteis en la medida de lo posible a las comunidades españolas. No es que estas no sean gusto de mi devoción sino que mi ignorancia es buena muestra de lo mucho que se puede aprender del resto de pueblos que habitan nuestro maravilloso planeta.
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