miércoles, 12 de septiembre de 2007

El Caso Madeleine

Llevo como diez días en casa y pondría la mano en el fuego en que es la noticia a la que más tiempo se le ha dedicado. "Vuelco en la investigación". No soy juez ni abogado -aunque me gustaría- pero después de la que han montado, manda narices que la cosa acabe como parece que va a acabar. No es la primera vez que pasa. En Estados Unidos hay varios casos de blancos neuróticos que mataron a sus hijos -ahogando a sus dos bebés en la bañera, recuerdo ahora- y acusando al arquetipo del crimen americano: hombre negro, 1.80, complexión fuerte; arquetipos que se convirtieron en personas, que cumplieron condenas. Michael Moore, Bowling for Columbine lo cuenta mejor que yo.


En cualquier caso, lo que me remuerde más del tema no es la tragedia en sí. Desde luego es un drama que una vida acabe así, pero -atención frase hipócrita, abstenerse diabéticos- una mota de polvo en las tragedias diarias, incluso de niños, en todo el mundo, por causas -en mi opinión- más fácilmente evitables. Lo que me anima a escribir es el día después. Más bien el día siguiente al día después, ese día en el que todo dejará de ser noticia y dará igual cualquier evidencia, cualquier conclusión. Las noticias no entienden de conclusiones, éstas las dinamitan en pedazos, dejándolas en polvo irreconocible.

La sociedad de la información, dicen. Desde luego, rápidamente asociamos información con medios de comunicación. De cualquier otra forma, nunca se podría hablar de tales virtudes de nuestra era. Yo, humildemente, siempre creí que informarse era otra cosa que leer periodicos, ver la tele o escuchar la radio -y desde pequeño hice todo eso-. Informarse es mucho más barato, más accesible, no me atrevería a decir que más fácil, pero basta con preguntar a los que te rodean. Es lógica y lícita la inquietud por conocer que ocurre en cualquier otro punto del mundo, pero a cambio se nos ha olvidado preguntar siquiera a los que viven día a día con nosotros lo que les sucede. Nos damos por enterados con cuatro titulares sobre lo que nos dicen que ocurre, sin darnos cuenta de que otorgamos la verdad absoluta a una profesión que se mueve fundamentalmente por la inercia -agencias, medio, medio copia a medio, medio se copia a sí mismo al día siguiente, ...-.

Así luego pasa lo que pasa. Encuesta del CIS tras encuesta, el terrorismo es el problema que más preocupa a los españoles (seguido ultimamente por la inmigración). No es ese el país en el que yo creo vivir. El país en el que alguien publica un libro hecho por otra persona -demostrado y reconocido públicamente por la editorial- y pocos años después sigue siendo una periodista referencia con un programa en la marujaprimetime e incluso una revista con su nombre!!! -hay que ser cursi-. Si por mi fuera, rellenaría cada minuto de telediario con los problemas que todos sabemos que están ahí y sobre los que parece que nadie se atreve a decir nada. Pero ello sabran más que yo lo que me interesa.

Un 11 de septiembre en la Embajada americana

La cosa no pintaba bien cuando al despertarme vi la fecha en el reloj. 11 de septiembre de 2007. Quedaba por delante una frenética mañana de papeleo para conseguir el visado. A lo señalado de la fecha había que unir la prudencia que me caracteriza, que en este caso se mostraba en horas de sueño y comidas atrasadas en los últimos días. Tras un paso fugaz por ICEX, me acerque a Serrano siendo informado en las mismas puertas del recinto de la embajada de la necesidad de rellenar un formulario en internet y llevarlo impreso.
De todos es conocida mi predilección por esos barrios que la gente suele llamar "bajos". Años en busca de un alquiler al que pudiera hacer frente pueden estar detrás de tal fascinación. Sea esta afición mía, o sea una realidad objetiva, lo cierto es que cuando me encuentro en los denominados barrios "pijos" o barrios "de gente de bien" me siento absolutamente perdido si la visita no se debe a simple turismo o acudir a una cita con un anfitrión nativo (incluso en dicho caso). Siempre que necesitaba alguna cosa de las que le resuelven a uno la vida, las he tenido a mano en Vallecas o Carabanchel: un estanco, un locutorio multiusos, un "chino". Carajo parece que en el barrio de Salamanca sólo hay tiendas de ropa y farmacias, o que los propietarios de los diferentes establecimientos están allí más por amor a la ciencia infusa o quién sabe qué tradición familiar que para solucionarle los problemas al humilde ciudadano de a pie.
Me perdonaran mis queridos lectores el receso, pero es que la caminata a pleno sol buscando manzanas menos sofisticadas en busca de un locutorio -locutorio que imprima; se reconocen porque su apariencia exterior no los hace especialmente recomendables. Nada más lejos de la realidad-. Finalmente pude retornar a Serrano con el dichoso formulario, en el que básicamente se me preguntaba por mi participación en conflictos armados, mi implicación en actos terroristas, o mi colaboración con actividades delictivas. La consecución del visado me recomendaba no desvelar toda la verdad en las respuestas, con lo que el paso por la embajada fue rápido y gratificante a pesar de las medidas de seguridad psico-obsesivas y el gusto por formatos y tamaños específicos. Todo sea por ir acostumbrando el cuerpo.

My dream is to fly over the rainbow, so high so high

En efecto, estaba lleno de malteses. Aunque no tanto. Los colonias rusas, turcas, italianas, británicas y por supuesto, españolas, poblaban las noches de la isla. Carajo que calor la primera semana.

Malta era como siempre me he imaginado el infierno. Chupitos matadores, exhuberantes bailarinas rusas sobre una barra, decoración barroca pero que puede pasar inadvertida, escaleras, cuestas, el que algo quiere algo le cuesta, calor, más calor de noche.
Todo está en la actitud. Y la actitud es la adecuada. El país necesita una mano de pintura -pero puede esperar- y un genocidio a la mayoría de sus nativos -y algunas de sus nativas, por bajar la media-. Esto requiere algo más celeridad para que sus visitantes de procedencia diversa se sientan más a gusto. Y nada de puritanismo cristiano: freedom for the melons.

Esta bien rodearse de gente maja. Les odio sólo porque eran españoles.
Esto requeriría un nuevo punto del Karma, pero ya sabéis que no cumplirlo sólo me crearía más insatisfacción y las probabilidades de éxito son escasas. Aprovecho la ocasión sin embargo para invitaros a vosotros, mis queridos lectores, a interactuar con los nativos allá donde vayáis y en caso de no ser esto muy recomendable, eviteis en la medida de lo posible a las comunidades españolas. No es que estas no sean gusto de mi devoción sino que mi ignorancia es buena muestra de lo mucho que se puede aprender del resto de pueblos que habitan nuestro maravilloso planeta.