Es todo mentira. El Gobierno es mentira. Los Países son mentira. La Política es mentira. Es siempre la misma mentira. Demasiados medios, demasiadas luchas, demasiada sangre y demasiadas lágrimas; y los fines son todos mentira. Somos ilusos, ingenuos e imbéciles. La única forma de no dejarse engañar es no luchar. Y ni siquiera esa me parece una solución razonable. Os invito a todos a ser más egoístas, más radicales, olvidando todo lo que escucháis, todo lo que os han contado. También podéis rechazar la invitación. Yo tengo mis momentos en que llego a ese egoísmo y a esa radicalidad, y me río de ellos, y de vosotros. Pero en el fondo os quiero, e incluso les quiero. Porque siempre ha sido así, y quizá siempre será así.
Hoy la promoción exterior de España en la costa oeste americana y de los sectores que representamos está en manos de una oficina vacía, donde sólo deambula un alma en pena pensando si hay algo de verdad en algún sitio. ¿Cómo pude creerme todo eso?
viernes, 28 de diciembre de 2007
miércoles, 26 de diciembre de 2007
Civilización y evolución
Tengo bastante fe en el progreso de la humanidad. A pesar de los indicios, que parecen acelerarse últimamente, de que esto va a peor, hay algo que siempre me invita a pensar en positivo. En todas las culturas, se encuentran muestras de inconformidad y un deseo aparentemente altruísta de construir un mundo mejor. Cuando estos deseos se coordinen entre sí y confluyan con otros aspectos de la psique humana, como la lógica y la inteligencia, los repetidos y vanos intentos por parar el camino a la destrucción -o cosas peores- se convertirán en eficaces y constructivas acciones que nos llevaran como sistema a una línea mejor. [Por supuesto, no me refiero exclusivamente a progreso tecnológico ni demás patrañas. Es cada vez más evidente que esta mejora debe venir por el campo de la filosofía colectiva. Y un buen inicio son algunas formulaciones de la filosofía del límite, que aboga por renunciar a esa búsqueda obsesiva de la evolución técnica. Recomiendo humildemente -con sus limitaciones, como todo; por el momento- Jorge Riechman, Gente que no quiere viajar a Marte].
No es sólo esa evidencia de los esfuerzos por cambiar las cosas. En ocasiones también encontramos muestras de evolución, de mejora, incluso donde menos nos lo esperamos. Si entrar en contacto con el Free Refill fue uno de esos momentos que certifica la brillantez de la mente humana, comprobar que existe un sitio donde ese concepto -indudablemente resultado de siglos de progreso y esfuerzos en diversos ámbitos- se ha ampliado hasta abarcar los maravillos ámbitos de los destilados fue una experiencia embriagadora. Ese sitio no es otro que Las Vegas y sus casinos, donde sus voluptuosas camareras atienden a propios o extraños sin experar una retribución por ello, más que las propinas que nosotros asombrados por cuanto acontece a nuestro alrededor tenemos a bien ofrecerles.
Del resto ya se sabe. What happens in Vegas, stays in Vegas. Y va a happen más de una vez.
No es sólo esa evidencia de los esfuerzos por cambiar las cosas. En ocasiones también encontramos muestras de evolución, de mejora, incluso donde menos nos lo esperamos. Si entrar en contacto con el Free Refill fue uno de esos momentos que certifica la brillantez de la mente humana, comprobar que existe un sitio donde ese concepto -indudablemente resultado de siglos de progreso y esfuerzos en diversos ámbitos- se ha ampliado hasta abarcar los maravillos ámbitos de los destilados fue una experiencia embriagadora. Ese sitio no es otro que Las Vegas y sus casinos, donde sus voluptuosas camareras atienden a propios o extraños sin experar una retribución por ello, más que las propinas que nosotros asombrados por cuanto acontece a nuestro alrededor tenemos a bien ofrecerles.
Del resto ya se sabe. What happens in Vegas, stays in Vegas. Y va a happen más de una vez.
miércoles, 12 de diciembre de 2007
Felicidad dicen...
Los que me conocen saben que me gusta disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Un pedo con Alfredo, una sonrisa del fantasma, un paquete de MisterCorn un domingo por la tarde pateando sin rumbo Madrid. Correr por el camino justo antes de que se ponga a llover, continuar mientras llueve. Un gol, un pase, un entradón. Música en directo, los altavoces de casa a toda ostia. Pisar el acelerador. Las grandes escenas. Recibir un mensaje.
No os engañeís. La felicidad no existe. Nadie es feliz. Si dice que lo es, miente. Si cree que lo es, se miente a sí mismo. Vivimos en un mundo demasiado complejo para ello. En cierta manera, la felicidad es como dios (Dios, que dice el Corte Inglés que ya estamos en navidad). Un invento para cubrir incertidumbres, miedos, malestares. A medida que se complejiza la sociedad, no sólo no rellenamos estos huecos, sino que estamos mucho menos seguros de todo. Hemos renunciado a dios. Ahora nos conformamos con ser felices.
Yo no quiero ser feliz. No aspiro a ello. Ni siquiera quiero ser. No podemos cambiar la esencia de las cosas sin cambiar la cosa misma. Y como me reconozco ególatra, me gusta lo que soy. Pero cuando me encuentro ante uno de esos pequeños momentos, me dejo llevar. Me siento casi levitando y se me olvida esa estúpida idea de que hay que llegar lejos, conseguir cosas, mejorar. Ser feliz. Se me olvida todo eso y simplemente disfruto. Quizá algún día, cerquita del hoyo, recuerde muchos de estos momentos y, que contradicción, crea que he sido feliz. Seguramente no lo haga, pero que me quiten lo bailao.
Anoche le eché una mano a mi roomie con el equipo de DJ. Tocaba en un evento y mi labor era básicamente cargar y descargar todo. Durante la fiesta, mis obligaciones se ceñían a guardar la compostura -lo cual a veces no resulta tan sencillo-. Mis derechos, bebida y comida, pequeños placeres de la vida. La cuestión es que el sitio era el Yamashiro, japo que está al comienzo de las colinas, con unas cristaleras gigantes desde donde se ve toda la ciudad. Con un seven seven en la mano, me pude sentir como Ed Norton al final de Fight Club. Y dejarme disfrutar.
No os engañeís. La felicidad no existe. Nadie es feliz. Si dice que lo es, miente. Si cree que lo es, se miente a sí mismo. Vivimos en un mundo demasiado complejo para ello. En cierta manera, la felicidad es como dios (Dios, que dice el Corte Inglés que ya estamos en navidad). Un invento para cubrir incertidumbres, miedos, malestares. A medida que se complejiza la sociedad, no sólo no rellenamos estos huecos, sino que estamos mucho menos seguros de todo. Hemos renunciado a dios. Ahora nos conformamos con ser felices.
Yo no quiero ser feliz. No aspiro a ello. Ni siquiera quiero ser. No podemos cambiar la esencia de las cosas sin cambiar la cosa misma. Y como me reconozco ególatra, me gusta lo que soy. Pero cuando me encuentro ante uno de esos pequeños momentos, me dejo llevar. Me siento casi levitando y se me olvida esa estúpida idea de que hay que llegar lejos, conseguir cosas, mejorar. Ser feliz. Se me olvida todo eso y simplemente disfruto. Quizá algún día, cerquita del hoyo, recuerde muchos de estos momentos y, que contradicción, crea que he sido feliz. Seguramente no lo haga, pero que me quiten lo bailao.
Anoche le eché una mano a mi roomie con el equipo de DJ. Tocaba en un evento y mi labor era básicamente cargar y descargar todo. Durante la fiesta, mis obligaciones se ceñían a guardar la compostura -lo cual a veces no resulta tan sencillo-. Mis derechos, bebida y comida, pequeños placeres de la vida. La cuestión es que el sitio era el Yamashiro, japo que está al comienzo de las colinas, con unas cristaleras gigantes desde donde se ve toda la ciudad. Con un seven seven en la mano, me pude sentir como Ed Norton al final de Fight Club. Y dejarme disfrutar.
lunes, 10 de diciembre de 2007
What city means
Desde el ventanal de la habitación del Westin Market Street, se veía la Tercera, los jardines del centro de arte Yerba Buena, el MOMA y en definitiva, la parte sureste de la ciudad.
Cuatro esquinas pueden llegar a definir una ciudad. Se necesitan cuatro esquinas con personalidad. Y desde arriba, las tenía. Pasaron como un flash los dos meses casi de encierro en Los Angeles. Y volví a descubrir qué significaba una ciudad. San Francisco es Madrid. Las calles y avenidas tienen un cierto sentido -quizá demasiado americano-, pero por primera vez en este país pude ver cómo los edificios se comunicaban entre sí. El sentido que pone la cuadrícula, se lo rompen los cambios de altura.
Tiene muchas cosas para ser una gran ciudad. Quizá se pasó de alternativa. Y se pasó con su programa de ayuda a enfermos psíquicos. Aunque tampoco tiene nada de malo una ciudad llena de locos.
Tiene un buen sistema de transporte público [el transporte público, como las esquinas, marca la personalidad de las ciudades; el metro de Madrid -lo que era hace unos años-, el autobús por las mañanas en el barrio lleno de abonos dorados], el mejor escaparate para ver las excentridades de sus habitantes, siempre atentos a las necesidades de conversación, compañía y destilados de desconocidos y mascotas.
Tiene noche [las ciudades son sus noches, o cómo son capaces de quitarse su disfraz de diurna cotidianidad. Malasaña, Lavapiés]. La clase que a veces le falta a Los Angeles. El disfrute pausado, que se alarga de a poquito (hasta las 2am, norma estatal).
Y en definitiva una fisionamia urbana hecha a medias entre uno de sus locos, uno de sus gays y uno de sus chinorris. Playa, oceano, la bahía, el Puente de la Bahía (¿a qué panoli se le ocurrió elegir el Golden Gate como emblema de la ciudad?), las vistas de Oakland desde Twin Peaks, cuestas, arriba abajo. Alcatraz, Embarcadero, Chinatown.
Habrá que volver.
Cuatro esquinas pueden llegar a definir una ciudad. Se necesitan cuatro esquinas con personalidad. Y desde arriba, las tenía. Pasaron como un flash los dos meses casi de encierro en Los Angeles. Y volví a descubrir qué significaba una ciudad. San Francisco es Madrid. Las calles y avenidas tienen un cierto sentido -quizá demasiado americano-, pero por primera vez en este país pude ver cómo los edificios se comunicaban entre sí. El sentido que pone la cuadrícula, se lo rompen los cambios de altura.
Tiene muchas cosas para ser una gran ciudad. Quizá se pasó de alternativa. Y se pasó con su programa de ayuda a enfermos psíquicos. Aunque tampoco tiene nada de malo una ciudad llena de locos.
Tiene un buen sistema de transporte público [el transporte público, como las esquinas, marca la personalidad de las ciudades; el metro de Madrid -lo que era hace unos años-, el autobús por las mañanas en el barrio lleno de abonos dorados], el mejor escaparate para ver las excentridades de sus habitantes, siempre atentos a las necesidades de conversación, compañía y destilados de desconocidos y mascotas.
Tiene noche [las ciudades son sus noches, o cómo son capaces de quitarse su disfraz de diurna cotidianidad. Malasaña, Lavapiés]. La clase que a veces le falta a Los Angeles. El disfrute pausado, que se alarga de a poquito (hasta las 2am, norma estatal).
Y en definitiva una fisionamia urbana hecha a medias entre uno de sus locos, uno de sus gays y uno de sus chinorris. Playa, oceano, la bahía, el Puente de la Bahía (¿a qué panoli se le ocurrió elegir el Golden Gate como emblema de la ciudad?), las vistas de Oakland desde Twin Peaks, cuestas, arriba abajo. Alcatraz, Embarcadero, Chinatown.
Habrá que volver.
sábado, 1 de diciembre de 2007
Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Spain (II): ¿Lava?doras
Segunda sesión de trabajo
Elemento de análisis en el idioma nativo: washer, dryer, laundry service, lori (mexican)
Traducción libre al español: lavadora (el término secadora es desconocido por debajo del valle del Jerte)
En Estados Unidos se tiene una particular visión de los europeos en cuanto a limpieza se refiere. Hablando clarinete, piensan que somos un poco serdos; y los españoles no sólo no nos escapamos de este tópico, sino que somos -cuando se conoce nuestra existencia- centro de su ira higiénica. No es algo por los que les culpe; en general, es una visión compartida en toda Europa de España como país atrasado y susio.
Nada más lejos de la realidad, España es cuanto menos el país que más limpia del mundo, especialmente en el sur. Está documentado, entren en el buscador antes conocido como guguel y buscando encontrarán mucho sobre ello. O comparen la ama de casa media que friega su casita 5-6 días a la semana y su cocina más de días, que pinta su casa todos los veranos, con las costumbres extendidas pasando los Pirineos. Ya sabeis que me encanta generalizar, pero ahí están los datos.El caso es que la lavadora americana me fascino al principio. En una hora parece que tienes la ropa lavada y seca. Es una auténtica maravilla comprobar que está máquina es capaz en menos de media hora de... no hacer una mierda.
Algún genio ha sido capaz de inventar una máquina que da vueltas, moja la ropa y consigue, previo paso por la secadora situada unas pulgadas arriba, dejar la ropa exactamente en el mismo estado que uno la introdujo, salvo porque los tejidos (o alguna otra palabra técnica para designar a lo que compone la ropa, que desconozco) acaban mucho peor. Llevo días, mis queridos amigos, intento analizar cual es destino de las cada vez más ingentes cantidades de detergente que pongo en el compartimento que el mismo genio ha diseñado, sin ningún resultado válido. En fin. Un tema paralelo es el desconocimiento en la mayoría de hogares -y hoteles, por supuesto- por el dispositivo denominado plancha, cuya eficacia verdaderamente siempre he admirado a pesar de que no sea especialmente hábil en su manejo. Sin otro particular.
Elemento de análisis en el idioma nativo: washer, dryer, laundry service, lori (mexican)
Traducción libre al español: lavadora (el término secadora es desconocido por debajo del valle del Jerte)
En Estados Unidos se tiene una particular visión de los europeos en cuanto a limpieza se refiere. Hablando clarinete, piensan que somos un poco serdos; y los españoles no sólo no nos escapamos de este tópico, sino que somos -cuando se conoce nuestra existencia- centro de su ira higiénica. No es algo por los que les culpe; en general, es una visión compartida en toda Europa de España como país atrasado y susio.
Nada más lejos de la realidad, España es cuanto menos el país que más limpia del mundo, especialmente en el sur. Está documentado, entren en el buscador antes conocido como guguel y buscando encontrarán mucho sobre ello. O comparen la ama de casa media que friega su casita 5-6 días a la semana y su cocina más de días, que pinta su casa todos los veranos, con las costumbres extendidas pasando los Pirineos. Ya sabeis que me encanta generalizar, pero ahí están los datos.El caso es que la lavadora americana me fascino al principio. En una hora parece que tienes la ropa lavada y seca. Es una auténtica maravilla comprobar que está máquina es capaz en menos de media hora de... no hacer una mierda.
Algún genio ha sido capaz de inventar una máquina que da vueltas, moja la ropa y consigue, previo paso por la secadora situada unas pulgadas arriba, dejar la ropa exactamente en el mismo estado que uno la introdujo, salvo porque los tejidos (o alguna otra palabra técnica para designar a lo que compone la ropa, que desconozco) acaban mucho peor. Llevo días, mis queridos amigos, intento analizar cual es destino de las cada vez más ingentes cantidades de detergente que pongo en el compartimento que el mismo genio ha diseñado, sin ningún resultado válido. En fin. Un tema paralelo es el desconocimiento en la mayoría de hogares -y hoteles, por supuesto- por el dispositivo denominado plancha, cuya eficacia verdaderamente siempre he admirado a pesar de que no sea especialmente hábil en su manejo. Sin otro particular.
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